Nada es más placentero y reconfortante que salir de compras, respirar el aroma de los artículos nuevos y sentir cómo el corazón late al ver el letrero que anuncia los especiales. Tristemente estas emociones tan únicas pueden verse opacadas por lo que llamo dependientes “psycho”. Comparto con ustedes mi historia de terror en una reconocida tienda de ropa femenina. Gracias a Dios, salí con vida.
Mi esposo y yo estábamos aburridos en casa y se nos ocurrió que aportar a la economía del país por medio de unas cuantas compras sería una manera ideal de entretenernos. En ese momento y muy responsablemente, determiné mi presupuesto para evitar excederme. Me monté en el auto, llegué al centro comercial y ya en mi mente comencé a crear combinaciones de atuendos interesantes para compartirlas en el blog.
Mi primera parada fue una tienda “top” de ropa femenina. Al entrar, una sonreída y muy arreglada dependiente me saludó. Yo le devolví su gesto amable y le indiqué que me parecía fabuloso su atuendo. Ella me miró muy agradecida y me preguntó qué tipo de ropa buscaba. En ese momento le indiqué que solo miraba. Ella trató de ponerme conversación y me comenzó a interrogar sobre el tipo de profesión que tenía, mi estilo, entre otros asuntos. Yo, muy amable le contesté todas sus preguntas. En menos de lo que terminé de proferir mi última palabra, la chica salió como el demonio de Tazmania y arrasó con la tienda al tomar una cantidad excesiva de ropa, y como si me conociera íntimamente, dijo categóricamente que TODO se parecía a mí y que me iba a quedar bien. Mi primer instinto fue salir corriendo, pero las piernas me fallaron y caminé hacia el probador como preso hacia el paredón.
La verdad es que las prendas de ropa estaban divinas, pero al ver el precio de algunas comencé a temblar en ese pequeño probador. No acababa de quitarme la ropa para probarme las primeras piezas y ya la chica me exigió que saliera porque quería ver cómo me quedaban sus selecciones con una voz chillona que no paraba de gritar “Let me see, let me see”. Al verme al espejo me sentí como una diva. ¡Todo estaba regio! Cuando volví a probarme el resto de las piezas, la chica regresó a exigirme que saliera una vez más y yo todavía estaba en ropa interior. Ahí fue que llegué a la conclusión de que esa mujer tenía serios problemas mentales. Cuando abrí la puerta por segunda vez, fui atacada por una manada de piezas nuevas de ropa que la chica colgó dentro del probador con la excusa de que todo me quedaba bien. Trajo correas, pares de zapatos, accesorios, carteras, un banquete para cualquier armario. Calculé con mis ojos la cantidad de todas las piezas y en ese momento me di cuenta que tenía aproximadamente $1,990 en mercancía. El ataque de pánico fue inminente. ¡Esta bruja quiere hacer la comisión de todo un día solo conmigo!
Me vestí lo más pronto que pude, crucé mi “pashmina” en mi cuello y agarré la cartera en busca de aire. Me dio más ansiedad saber que tenía que hacer el “walk of shame” porque luego de que esa mujer me llenó el probador de ropa me iría con las manos vacías. Salí con la apariencia de una compradora calmada y le dije a la chica que no estaba interesada. En ese momento me dijo que los “jeans” que yo creía que estaban en $120, me los podía llevar por $20, pero ya era demasiado tarde para volver atrás. Salí de la tienda y sentí como se sienten los suertudos que escapan de la guerrilla. Abracé a mi esposo tan pronto lo encontré ojeando zapatos deportivos. Entré a otra tienda y recuperé la compostura.
La boca hiperactiva de la dependiente con labios rojos carmesí se quedó en mi cabeza pegada, como un par de “skinny jeans” imposibles de quitar. Entré a otras tiendas y compré otros artículos bonitos, hermosos diría yo, pero no fueron la cura para mi ansiedad. Fui víctima de una dependiente “psycho”, que me quitó un poco la alegría de comprar. Ya la he olvidado un poco, pero no la he perdonado. Por su culpa perdí la oportunidad de comprar tres pares de “jeans” de diseñador por $60. Por otra parte, pensar en ella me halaga un poco, quizás me vio cara de hidalga y pensó que mi apellido es Trump, Vanderbilt o Hilton. Si ella supiera.
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Esta dependienta ha de ser la hermana menor de una que me atendió a mi hace alrededor de un año. A la mia no le bastó llenar el probador de atuendos (a tal punto que mi posibilidad de movimiento en el pequeño espacio se veía seriamente afectado), sino que, de vez en cuando, se metía al probador conmigo, sin previo aviso, para ver cómo me estaban quedando sus selecciones… y me indicaba el orden en que quería que me midiera todo. Todavía me siento algo traumatizada y tiemblo un poco cuando considero volver a entrar en aquel probador…
Keila, me alegra saber que no he sido la única víctima de las dependientes en las tiendas. De verdad que con esas técnicas tan “pushy” de venta no van a lograr nada.