Mi madre es la mujer más extraña, difícil, exigente e intransigente de todas. Entenderla por completo es un imposible seguro. Tiene la capacidad de subirme la presión a niveles que ni la aspirina podría prevenirme un ataque cardiaco y su costumbre de brindar opiniones por todo, incluso cuando evidentemente no son necesarias, hace que quiera golpear mi cabeza contra cada bloque de la Muralla China. Sí, los que la conocen saben que no exagero.
No obstante, mi mamá es una de las mujeres más inteligentes que he conocido en mi vida. Es feminista, poeta, medio actriz, humilde, inventora, histérica, embelequera y maravillosa. Su poder de persuasión es innegable y sus cantaletas incesantes, a las que ella llama consejos, se me han quedado en el cerebro como carteles permanentes que no puedo remover porque están fuera de mi alcance. Hoy comparto algunas de esas lecciones que aprendí de mi madre que me han cambiado la vida, me han librado de situaciones lamentables y me han hecho crecer en todas mis facetas como ser humano. ¡Gracias, Magdalena!
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