Líderes del voto femenino en América

Algunas féminas ven el derecho al voto como algo normal y dado. La realidad es que muchas mujeres tuvieron que luchar a brazo partido para que hoy tú puedas expresarte de forma democrática en los procesos electorales de tu país. Honra su entrega y sacrificio al participar de todos los comicios en los que puedas participar. ¿Quiénes son algunas de estas mujeres? Conócelas aquí.

Aunque no es de América, se debe destacar que Kate Sheppard hizo historia junto a su unión de mujeres al luchar y obtener el derecho al voto para las féminas en Nueva Zelanda el 19 de septiembre de 1893. Este país fue el primero en permitir la participación femenina en los procesos electorales en el mundo.

Matilde Hidalgo de Prócel fue la primera mujer en graduarse de una escuela secundaria en el Ecuador, la primera mujer en obtener un Doctorado en Medicina en su país, la primera en votar en una elección democrática en América Latina y la primera en ocupar cargos de elección popular en su país. Tras su hazaña, las mujeres podían votar si demostraban tener facultad para hacerlo y no es hasta en el 1967 que se establece el voto para la mujer sin reparos.

Según el libro, “Luisa Capetillo: Una mujer proscrita”, obra de la profesora Norma Valle, esta líder sufragista y sindicalista luchó incansablemente para crear reformas sociales en Puerto Rico. Mientras Ana Roque de Duprey abogaba por el voto de las mujeres burguesas, Capetillo añoraba un voto para todas. Tuvo cinco hijos sin estar casada y en 1919 fue la primera mujer puertorriqueña en usar pantalones, como se ve en la foto. Puerto Rico le concedió el voto a las damas letradas en el 1929 y a todas las mujeres en el 1935.

María Jesús Alvarado fue la pionera en la lucha en pro del voto femenino en Perú. Junto a Adela Montesinos, Magda Portal, Zoila Aurora Cáceres y Elvira García García logró que el 7 de septiembre de 1955 se le otorgara el derecho a sufragar a las mujeres peruanas.

Susan B. Anthony es la más reconocida líder sufragista de los Estados Unidos de América. Fundó el diario “La Revolución” para darle una voz a las mujeres y a los afroamericanos de su nación. También fue una destacada figura del movimiento antiesclavista. Fue arrestada en noviembre 18 de 1872 por votar, cuando aún estaba prohibido y se le impuso una penalidad de $100, la cual nunca pagó para avergonzar al gobierno. Jamás vio su sueño realizado porque su país le otorgó el voto a las féminas el 26 de agosto de 1920, 14 años luego de su muerte.

El primer intento de voto femenino en Chile ocurrió en el 1875, cuando un grupo de mujeres del que era parte Domitila Silva y Lepe se inscribió para participar de las elecciones porque entendía que cumplía con los requisitos establecidos en la constitución de 1833, los cuales eran ser chileno y saber leer y escribir. El congreso chileno revisó la ley electoral en 1884 para expresamente prohibir el voto femenino. En 1922 se creó el Partido Cívico Femenino, bajo el liderazgo de Ester de La Rivera, el cual buscó adelantar las causas femeninas y la protección de la niñez. Elena Caffarena (foto), junto a otras mujeres, logró que las féminas pudieran votar en 1935, pero solo en las elecciones municipales. En 1949 es que se obtiene el voto presidencial para todas.

La profesora Celina Guimarães Viana se convirtió en la primera electora de Brasil el 5 de abril de 1928 al votar en la ciudad de Mossoró, en el interior de Río Grande del Norte. Ella se inscribió para votar porque su esposo la convenció de hacerlo, sin saber que ese acto la llevaría a ser parte de la historia de su país. Brasil aprobó el voto femenino para todas las damas en el 1932, cuatro años más tarde.

Prudencia Ayala fue una mujer osada que luchó por los derechos femeninos y las reformas sociales en El Salvador. Con un nivel de escolaridad de segundo grado, creó el periódico “Redención Femenina”, escribió varios libros y se postuló para el cargo de presidenta de su país en 1930, pero su solicitud fue denegada por la Corte Suprema de Justicia. No obstante, sus logros iniciaron un debate que por fin logró que las salvadoreñas pudiesen votar en el 1950.

La primera mujer en votar en Uruguay fue una brasileña llamada Rita Ribera, quien tenía 90 años de edad, y que participó de un plebiscito local de la localidad de Cerro Chato con el fin de saber si los ciudadanos querían anexarse al Departamento de Treinta y Tres en 1927. Mujeres y hombres pudieron participar de dicha consulta. Tiempo después Bernardina Muñoz, una líder feminista, también logró votar. Uruguay otorgó el derecho al voto femenino sin distinción en 1938 a nivel nacional.

Ana Emilia Abigaíl Mejía fue una femenista, narradora, escritora, crítica literaria y educadora dominicana, que causó grandes polémicas por sus posturas feministas en su país. Su influencia ayudó a que en el 1943, se aprobara el sufragio femenino en la República Dominicana.

Laureana Wright González fue una líder feminista mexicana, quien creó la primera manifestación en pro de los derechos femeninos al dirigir la revista “Violetas del Anáhuac”, la cual exigía el voto de las mujeres en 1884. No obstante, las féminas participaron por primera vez de una consulta muchos años después en el 1935, en las votaciones internas del Partido Nacional Revolucionario. México otorgó el voto femenino en el 1953.

Alicia Moreau de Justo adelantó las causas de las mujeres en Argentina al fundar en 1918 la Unión Feminista Nacional. En 1932, elaboró un proyecto de ley que establecía el sufragio femenino, el cual no se concretó hasta el 23 de septiembre 1947 con la firma de un decreto por parte de Perón. Elvira Dellepiane de Rawson, la poetisa Alfonsina Storni y Silvina Ocampo también fueron destacadas figuras del movimiento feminista en Argentina y contribuyeron a este logro.

Ofelia Uribe de Acosta vociferó sus ideales feministas en Colombia por medio de su programa radial “La hora feminista” y de la revista “Agitación feminista”. Mujeres como ellas lograron que por fin se les concediera el voto el primero de diciembre de 1957.

Carmen Clemente Travieso fue la primera periodista mujer de Venezuela. En 1935 fundó la “Agrupación Cultural Femenina”, la cual luchó por muchas causas, entre ellas el derecho al voto de la mujer. Se dedicó a la promulgación de la historia de las mujeres venezolanas e incluso obtuvo muchos triunfos literarios al publicar la biografía de Luisa Cáceres de Arismendi. Ella y otras damas como Ana Senior, Argelia Laya y Olga Luzardo lograron que se aprobara el sufragio femenino en Venezuela por medio de la Constitución del 1947.

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Por qué las mujeres somos nuestras peores enemigas

Con los años, las mujeres hemos logrado grandes cambios que nos han permitido disfrutar de derechos y privilegios que en antaño estaban reservados exclusivamente para los hombres. Estos adelantos se los debemos a luchadoras incansables como Luisa Capetillo, Susan B. Anthony y Ana Roque de Duprey, entre muchas otras. No obstante, muchas mujeres hemos abandonado el camino de la solidaridad femenina y en cambio, hemos decidido convertirnos en las peores enemigas de las féminas con nuestras mentalidades y comportamientos. Lo triste es que en muchas ocasiones, no nos damos cuenta. Ojalá este artículo nos ayude a tomar medidas remediales.

Retomar la senda que conduce a la empatía con otras mujeres es posible. Ciertamente, debemos dejar atrás la forma negativa en que interactuamos entre nosotras y los comentarios que compartimos, que podrían trabajar en función de nuestro detrimento como grupo y personas individuales. Veamos en detalle cómo estamos fallando.

En el amor

Cuando un hombre ve que su amigo tiene una nueva novia que es considerada, guapa y amigable, inmediatamente piensa que debe conseguirse una chica como esa. En contraste, cuando una mujer ve que su amiga está en una relación estable con un hombre centrado, bien parecido y tierno, al segundo piensa que debe conquistar a ese mismo hombre. Por esta razón, es que escuchamos con tanta frecuencia sobre infidelidades de amigas con parejas, lo cual es una doble traición y un dolor elevado al cuadrado para la chica que es víctima de la situación. Respetar a las parejas de nuestras amigas y familiares es clave. Asimismo, si sabemos que un hombre está en una relación, debemos darlo como prohibido. Acceder a tener intimidad con él nos degrada, nos convierte en objetos sexuales y también hiere las sensibilidades de la mujer que le dedica su vida a ese hombre. ¡No caigamos en el juego!

Por otro lado, resulta ridículo que cuando un hombre es infiel, muchas mujeres procedemos a echarle la culpa a la otra e incluso, consideramos golpearla hasta dentro del pelo. Pero, ¿por qué hacemos eso? Esa mujer no tiene nada que ver con nosotras y le echamos toda la culpa. El verdadero reclamo debe ser para el hombre, quien se comprometió a respetarnos y a estar con nosotras de forma fiel e incondicional. Se han dado muchos casos en que las amantes ni estaban enteradas de que compartían pareja con otra. Quienes nos fallan son nuestras parejas, no las otras personas. Debemos recordar este detalle tan importante.

En el trabajo

¿Cuántas veces hemos escuchado chismes sobre una compañera de trabajo? En muchas ocasiones estos rumores son iniciados por otras mujeres envidiosas que logran influenciar a todos con sus calumnias. Sucede que cuando una mujer ocupa un puesto de importancia y renombre, inmediatamente algunas féminas procedemos a decir que obtuvo la posición porque se acostó con uno de los grandes de la empresa. Ciertamente, este tipo de situaciones se da, pero ese no siempre es el caso. Debemos reconocer que hay mujeres que son asignadas a posiciones destacadas por sus méritos y virtudes. Cada vez que una de las nuestras ascienda al poder, debemos festejarla; su triunfo es un precedente que indica que en un futuro nosotras también podremos estar con ella en la cima.

En la escuela o universidad

Si una chica tiene buenas calificaciones o rompe la curva de los exámenes, muchas de nosotras inmediatamente presumimos que es porque tuvo intimidad con el profesor. ¿Acaso las mujeres no tenemos suficiente materia gris para tener éxito en la Academia? Apoyemos a nuestras hermanas y ayudémoslas a llegar tan lejos como puedan.

En la amistad

Si tenemos una amiga que tiene sexo casual con hombres, no corramos a tildarla de ramera. Muchos hombres son libertinos en todo lo que a sexo se refiere y a ellos no les decimos nada. Si nuestra amiga es juiciosa y se cuida de enfermedades, no la juzguemos. Sí podemos aconsejarla, pero al final del día la decisión es de ella.

También debemos evitar criticar a nuestras amigas por cómo se ven físicamente o por sus preferencias en moda. No todo el mundo puede lucir como una modelo de pasarela y medir 6′ de estatura. Debemos aceptarlas como son y fijarnos en su intelecto y espíritu. Nuestra crasa superficialidad se ha convertido en un obstáculo para otras mujeres que prefieren cultivar su mente, en vez de llenar su armario de artículos que no necesitan. Ya los hombres nos juzgan suficiente sobre cómo nos vemos. Lo menos que necesitamos es tener un grupo de mujeres azotando nuestra autoestima de la forma más despiadada.

De igual modo, si tenemos una amiga que queda embarazada sin casarse, apoyémosla. Ya la sociedad se encargará de insultarla y hacerla sentir mal, nosotras no tenemos por qué aportar al festival de epítetos destructivos. De seguro el padre de la criatura no pasará por el cruel escrutinio por el que pasamos las mujeres ante este tipo de circunstancia.

Si las mujeres nos unimos en una sororidad sin paredes, podremos continuar la obra de aquellas damas ilustres que cambiaron nuestro mundo. Si nos convertimos en nuestras peores enemigas, habremos perdido la batalla. Ya tenemos suficiente con que los hombres le adjudiquen burlonamente todos nuestros problemas al PMS y a nuestras hormonas. Nosotras engendramos vida, mantenemos viva a las sociedades y demostramos que con amor todo es posible. 

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